En la edad media los romanos declararon al cristianismo como la religion oficial, lo que desató que los fanáticos religiosos dieran origen a la terrible inquisición.
La inquisición fué un tribunal
eclesiástico establecido para castigar los crímenes en contra de la fé, basándose en la biblia. Las principales víctimas eran las brujas, los judíos, los herejes, los homosexuales y toda persona no grata al clero.
Los catigos para estas personas pecadoras, eran terribles torturas supuestemente aceptadas por la biblia.
Algunos de los versículos utilizados por la inquisición como excusa para cometer esos terribles crímenes se encuentran en el libro de Éxodo y Levítico, para ser más específico: Ex 21:17 - 22:18, etc, revísalo por ti mismo.
No está de más decir que estas víctimas fueron acusadas falsamente, pues la brujería no existe, pues no es raro que se mencione en la biblia puesto que se trata de una fantasía.
Algunas de las formas de torturas las detallaré a continuación:
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Las
armas para carceleros se distinguen de las armas militares porque no
son adecuadas para la guerra, ya que los enemigos van provistos de
corazas y armados, pero son muy útiles para controlar la turba
de prisioneros semidesnudos, evidentemente desarmados. En el
"agarracuellos" (a la izquierda) se puede observar el aro con la
abertura en forma de trampa a un extremo de un asta de dos metros de
longitud. Un preso, o cualquier fugitivo que intentara escapar de un
alguacil escondiéndose entre la multitud, es fácilmente capturado: una
vez que el cuello es aferrado por
la trampa, no hay otra posibilidad que seguir al captor. El
"agarracuellos" es usado todavía en centenares de cárceles, y muchas
veces forma parte del equipo de las fuerzas antidisturbios. Las
versiones modernas incluyen, en algunos casos, el uso de electricidad.
Hay
gran variedad de látigos. Entre ellos, los hay de dos, tres y hasta
ocho cadenas provistas de abundantes estrellas o/y hojas de acero
cortante que se usaban y se usan para flagelar el cuerpo humano. Para
desollar se utilizaban látigos de muy diferentes tamaños; gigantes como
"el gato de nueve colas", que podía lisiar un brazo y un hombro de un
sólo golpe, o finos y pérfidos, como el "nervio de toro", que con dos o
tres golpes podía cortar la carne de las nalgas
hasta llegar a la pelvis. El látigo de desollar se empapaba en una
solución de sal y azufre disueltos en agua antes de utilizarlo, lo que
unido a sus estrellas lo convertían en una herramienta destructiva y muy
útil para el torturado. La carne, al ser golpeada, se convertía en
pulpa, dejando a la vista diferentes órganos internos. Los látigos se
siguen usando en la actualidad. En esta fotografía se incluyen: un
látigo de cadenas formadas por eslabones planos y ovales, afilados como
cuchillas en forma de hojas; otro de cadena doble con cuatro pesadas
estrellas de hierro en la punta; y un fragmento de un látigo del siglo
XIV, denominado corona de espinas en honor a Jesucristo.
Pinzas,
tenazas, cizallas se utilizaban al "rojo vivo", aunque también frías
para lacerar o arrancar cualquier miembro del cuerpo humano, y eran otro
elemento básico más entre las herramientas de todo verdugo. Las tenazas
se utilizaban preferentemente ardiendo para las narices, dedos de las
manos y pies y pezones. Las pinzas alargadas, servían para desgarrar o
abrasar el pene. Como queda explicado en la parte de la pera oral,
rectal y vaginal, los genitales masculinos siempre han gozado de una
especie de inmunidad. Sin embargo, en toda la larga serie de torturas,
también se dan raros casos de castración, extirpación del pene e incluso
amputación de la tríada completa. Las partes seccionadas a menudo eran
quemadas dentro del puño de la víctima. Éstos castigos no se aplicaban
por actos de violencia contra la mujer como se podría pensar, sino más
bien por intentos de violencia o conspiraciones contra gobernantes o
príncipes. La violación extramatrimonial raramente era castigada, y la
violación matrimonial siempre ha sido sacrosanta.
Estos
artilugios, que existían con gran profusión de formas fantasiosas,
desde 1500 hasta 1800, se imponían a quienes habían manifestado
imprudentemente su descontento hacia el orden, contra las convenciones
vigentes, contra la prepotencia del poder o, de cualquier forma, contra
el estado de las cosas en general. A través de los siglos, millones de
mujeres, consideradas conflictivas por su cansancio de la esclavitud
doméstica y
los continuos embarazos, fueron humilladas y atormentadas; así el poder
eclesiástico exponía el escarnio público a los desobedientes y a los
inconformistas. La Iglesia castigaba una larga lista de infracciones
menores mediante este método.
La
inmensa mayoría de las víctimas eran mujeres, y el principio que se
aplicaba era siempre el de mullier taceat in ecclesia, la mujer calla en
la iglesia. Muchas máscaras incorporaban piezas bucales de hierro,
algunas de éstas mutilaban permanentemente la lengua con púas afiladas y
hojas cortantes.
Las
víctimas encerradas en las máscaras y expuestas en la plaza pública,
también eran maltratadas por la multitud. Golpes dolorosos, ser untados
con orina y excrementos, y heridas graves (a veces mortales, sobre todo
en los senos y el pubis) eran su suerte.
Hasta
finales del siglo XVIII, en los paisajes urbanos de Europa no era
extraño encontrar abundantes jaulas de hierro y madera adosadas al
exterior de los edificios municipales, palacios ducales o de justicia,
catedrales, murallas de las ciudades o en altos postes cerca de los
cruces de caminos. Es algo que habrás visto en las películas y en lo que
quizá no has reparado, pero que existió. Gran cantidad de ejemplos
perduran hoy en día, como en el palacio de Mantúa o en el ábside de la
catedral de Münster (Suiza). En Venecia, lugar de origen de la jaula
celular, las jaulas se colgaban en el Puente de los Suspiros, y más a menudo
en los muros del Arsenal. Una tradición familiar cuenta que dicha jaula
se descolgó en 1750-52, años en que el segundo gran duque lorenés de
Toscana, Prieto Leopoldo, destruyó todos los elementos de tortura y
ejecución, y desde entonces se ha conservado en el palacio familiar. Las
víctimas, desnudas o semidesnudas, eran encerradas en las jaulas y
colgadas. Morían de hambre y sed; por el mal tiempo y el frío en
invierno; y por el calor y las quemaduras solares en verano. A menudo,
anteriormente habían sido torturadas y mutiladas para mayor escarmiento.
Normalmente los cadáveres se dejaban en descomposición hasta el
desprendimiento de los huesos, aunque a veces se cubrían herméticamente
con resina de pino, con el fin de retrasar los efectos de la
descomposición, y se rodeaban con correas para impedir el
desprendimiento de los miembros. De ésta manera, se utilizaban como
escarmiento moral. Evidentemente, las víctimas, una vez muertas, eran
pasto de todo tipo de animales.
El
estiramiento o desmembramiento por medio de tensión longitudinal se usó
en el antiguo Egipto y en Babilonia. En Europa, junto con el péndulo,
constituían elementos fundamentales en cualquier mazmorra desde la
República Romana hasta la "desaparición" de la tortura hacia el final
del siglo XVIII. En muchos países fuera de Europa ambos subsisten hoy en
día. La víctima es literalmente alargada por la fuerza del cabestrante.
Antiguos testimonios aseguran que el estiramiento era de hasta 30 cm,
longitud inconcebible que procede de la dislocación y distorsión de cada
articulación de brazos y piernas, del desmembramiento de la columna
vertebral y, por supuesto, del desgarro de los músculos de extremidades,
tórax y abdomen, efectos éstos
por descontado letales. Ésta tortura constaba normalmente de tres
grados. En el primero, la víctima sufría la dislocación de los hombros a
causa del estiramiento de los brazos hacia atrás y hacia arriba, así
como un intenso dolor de los muslos al desgarrarse como cualquier fibra
sometida a una tensión excesiva. En el segundo grado, las rodillas, la
cadera y los codos comienzan a descoyuntarse; en el tercero se separan
ruidosamente. Ya en el segundo grado el interrogado queda inválido de
por vida, después del tercero queda paralizado y va desmembrándose poco a
poco. Las funciones vitales van cesando según pasan las horas y los
días.
La
finalidad de este suplico es similar a algunas de las ya vistas, pero
en éste caso se abrasaban los costados y las axilas mediante una
antorcha compuesta por siete bujías. Si la víctima, ya paralizada, con
los hombros destrozados y moribunda a causa de las infecciones
producidas por las quemaduras seguía sin confesar, el tribunal estaba
obligado, como siempre en un caso semejante, a reconocer su inocencia.
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COLLAR PENAL
Hay
muchos tipos de ataduras que ligan a personas a pesos inhumanos:
tobilleras (la clásica "bola" que llevan los presos de los dibujos),
muñequeras, cinturones, collares... El condenado debía llevar consigo
éstas cargas durante largo tiempo: semanas, meses, años o incluso toda
la vida. El bloque de la fotografía lleva una cadena con una anilla para
el cuello en el extremo. La piedra, de doce kilos, se sujetaba con las
manos, en cualquier momento y lugar. La víctima sufría un mortal
esfuerzo, y la abrasión del cuello y los hombros, con la consiguiente
infección y gangrena, que no solían ser mortales en los primeros meses.
Los
instrumentos provistos de pinchos en su interior eran, y en
determinados ambientes aún lo son, predilectos de religiosos que se
mortifican. Lógicamente, los mismos instrumentos servían también para la
tortura inquisitorial y punitiva. Su funcionamiento era el siguiente:
se ceñía en torno a la víctima, y rápidamente empezaba a herir y lacerar
la carne con cada pequeño movimiento, con cada respiración. Luego
llegaba la infección, la putrefacción y la gangrena. No pocas veces, el
verdugo agregaba gusanos carnívoros en la parte descarnada que se
introducían royendo hacia el interior del abdomen.
Éste
es otro de los instrumentos de tortura que a primera vista no da fe de
los sufrimientos que es capaz de crear, porque su misión no es
únicamente la de inmovilizar a la víctima. A los pocos minutos de su
utilización sobre la persona, ésta sufre grandes calambres, primero de
los músculos abdominales y rectales, luego de los pectorales, cervicales
y de las extremidades. Con el paso de las horas, estos calambres
conducen a un continuo e insufrible dolor en abdomen y recto. En tal
situación, la víctima solía ser golpeada, pateada, quemada y mutilada a
placer.
Simple
y muy eficaz, el aplastamiento de los nudillos, falanges y uñas es una
de las torturas más antiguas. Los resultados, en términos de dolor
infringido con relación al esfuerzo realizado y al tiempo consumido, son
altamente "satisfactorios". Éste era uno de los muchos instrumentos
utilizados en lo que se conoce como "las preguntas dolorosas", que
consistían en la extracción de confesiones por medio de torturas
descritas e ilustradas con precisión científica, hasta los mínimos
detalles: el grosor de cuerdas, el número de eslabones de las cadenas,
la longitud de clavos y tornillos, los grados de mutilación permanentes
permitidos para diferentes grados de acusaciones, etc. En el año 1629 en
Prossneck, Alemania, dejaron a una mujer con éstos tornillos puestos de
diez de la mañana a la una de la tarde mientras que el torturador y sus
colaboradores fueron a almorzar.
EL PÉNDULO
Una
tortura fundamental, que a veces constituía únicamente una preparación
de la víctima para posteriores tormentos, era la dislocación de los
hombros mediante la rotación violenta de los brazos hacia atrás y
arriba. El suplicio del péndulo es (como tantas otras torturas)
barato y eficiente. No necesita equipos complicados. Las muñecas de la
víctima se ataban por detrás de la espalda, y en esa ligadura se añade
una cuerda y se iza. Inmediatamente, los húmeros se desarticulan junto
con la escápula y la clavícula. Tal dislocación producía horribles
deformaciones, a menudo permanentes. La agonía se podía estimular
mediante pesas agregadas progresivamente a los pies, hasta que al fin el
esqueleto se desmembraba. Al final, la víctima, paralizada, moría.
Era
una especie de vergüenza pública que se aplicaba sobre todo a los
borrachos. Había dos clases de "picotas en tonel": las que tenían el
fondo cerrado, en las que la víctima se colocaba dentro, con orinas y
estiércol o simplemente con agua podrida, y las abiertas para que las
víctimas caminaran por las calles de la ciudad con ellas a cuestas, lo
que les producía un gran dolor debido a su gran peso.
Entre
los instrumentos de escarnio pública también hay que destacar los
collares para vagos y maleantes. Consistían en pesadas "botellas" de
madera o piedra, o gruesas "monedas" de hierro que se colgaban al cuello
de los borrachos las primeras y de mercaderes deshonestos las segundas.
A los cazadores furtivos se les ataban cadenas con los cadáveres de los
animales cazados furtivamente, hasta la putrefacción y desprendimiento
de los mismos (castigo especialmente eficaz en verano) Los collares
rondaban los ocho o nueve kilos, por lo que su aplicación durante noches
y días enteros, provocaba heridas e infecciones y, en ciertos casos
extremos, incluso gangrena.
La
barbilla de la víctima se colocaba en la barra inferior, y el casquete
era empujado hacia abajo por el tornillo. Los efectos de este proceso
son evidentes. Primero, se destrozan los alvéolos dentarios, después las
mandíbulas, y luego el cerebro se escurre por la cavidad de los ojos y
entre los fragmentos del cráneo. Hoy en día ya no se utiliza como pena
capital, pero goza de gran estima para su uso como interrogatorios en
buena parte del mundo. En la actualidad, el casquete y la barra
inferior están recubiertos de un material blando que no deja marcas
sobre la víctima. Existen unos instrumentos con una finalidad parecida
llamadas "rompecráneos", que como su nombre indica se diferenciaban del
"aplastacabezas" en que en vez de aplastar el cráneo lo rompían. Esto
aseguraba que el diablo saldría de la cabeza del acusado.
Era
el instrumento de ejecución más común en la Europa germánica, después
de la horca, desde la Baja Edad Media hasta principios del siglo XVIII.
En la Europa latina el despedazamiento se llevaba a cabo con barras de
hierro macizas y mazas herradas en lugar de ruedas. La víctima, desnuda,
era estirada boca arriba en el suelo o en el patíbulo, con los miembros
extendidos al máximo y atados a estacas o anillas de hierro. Bajo las
muñecas, codos, rodillas y caderas se colocaban trozos de madera. El
verdugo, asestando violentos golpes con la rueda de borde herrado,
machacaba hueso tras hueso
y articulación tras articulación procurando no asestar golpes fatales.
La víctima se transformaba, según nos cuenta un cronista alemán anónimo
del siglo XVII, "en una especie de gran títere aullante retorciéndose,
como un pulpo gigante de cuatro tentáculos, entre arroyuelos de sangre,
carne cruda, viscosa y amorfa mezclada con astillas de huesos rotos" .
Después se desataba e introducía entre los radios de la gran rueda
horizontal al extremo de un poste que después se alzaba. Los cuervos y
otros animales arrancaban tiras de carne y vaciaban los ojos de la
víctima hasta que a ésta le llegaba la muerte. Como se ve, era una de
las torturas más largas y agónica que se podía infligir. Junto con la
hoguera y el descuartizamiento, éste era uno de los espectáculos más
populares de entre los muchos similares que tenían lugar en las plazas
de Europa. Multitudes de plebeyos y nobles acudían a deleitarse con un
"buen" despedazamiento, preferentemente de una o varias mujeres en fila.
Está
provisto de pinchos en todos los lados. El instrumento de la fotografía
pesa más de cinco kilos, se cerraba en el cuello de la víctima, y a
menudo se convertía en un medio de ejecución: la erosión hasta el hueso
de la carne del cuello, hombros y mandíbula, la progresiva gangrena, la
infección febril y la erosión final de los huesos,
sobre todo de las vértebras descarnadas conducen a una muerte segura,
atroz y rápida. Aparte de ésto, el collar presentaba la ventaja de
economizar tiempo y dinero: su función es pasiva y no requiere el
esfuerzo, ni por tanto el pago, de un verdugo; "trabaja" por sí mismo,
día y noche, sin descanso, sin problemas y sin manutención. Por ésta
razón todavía es usado por la policía en muchas partes, no sólo del
Tercer Mundo.
Este
artilugio sofocaba los gritos de los condenados para que no estorbaran
la conversación de los verdugos. La "caja" de hierro del interior del
aro es embutida en la boca de la víctima, y el collar asegurado a la
nuca. Un agujero permite el paso del aire, pero el verdugo lo puede
tapar con la punta del dedo y provocar la asfixia. A menudo los
condenados a la hoguera eran amordazados de ésta manera, sobre todo
durante los autos de fe, porque sino los gritos interferirían con la
música sacra. Giordani Bruno, culpable de ser una de las inteligencias
más luminosas de su tiempo, fue quemado en la plaza del Campo dei Fiori
en Roma en 1600 con la mordaza de hierro provista de dos largas púas,
una de las cuales perforaba la lengua y salía por debajo de la barbilla,
mientras que la otra perforaba el paladar.
La
opinión tradicional sobre el cinturón de castidad es que se usaba para
garantizar la fidelidad de las esposas durante los períodos de largas
ausencia de los maridos, y sobre todo de las mujeres de los cruzados que
partían para Tierra Santa. Quizás alguna vez, aunque no como
utilización normal, la "fidelidad" era de éste modo "asegurada" durante
períodos breves de unas horas o un par de días, nunca por tiempo más
dilatado. No podía ser así, porque una mujer trabada de ésta manera
perdería en breve la
vida a causa de las infecciones ocasionadas por la acumulación tóxica
no retirada, las abrasiones y las laceraciones provocadas por el mero
contacto con el hierro. Asimismo, hay que tener en cuenta la posibilidad
de un embarazo en curso. En realidad, el uso principal del cinturón era
muy diferente: constituía una barrera contra la violación, una barrera
frágil pero suficiente en determinadas ocasiones, por ejemplo, en épocas
de acuartelamiento de soldados en las ciudades, durante estancias
nocturnas en posadas, durante los viajes... Sabemos por muchos
testimonios que las mujeres se colocaban el cinturón por iniciativa
propia, hecho que algunas ancianas sicilianas y españolas aún recuerdan
en nuestros días. Entonces, es necesaria una pregunta. ¿El cinturón es o
no un instrumento de tortura? La respuesta ha de ser un SÍ inequívoco,
puesto que ésta humillación, este ultraje al cuerpo y al espíritu es
impuesto por el terror al macho, por el temor a sufrir a causa de la
agresividad humana.
Hay
dos versiones básicas de éste instrumento: -La típicamente española, en
la cual el tornillo hace retroceder el collar de hierro matando a la
víctima por asfixia. Estamos hablando de la Inquisición, y sin embargo,
este tipo de fue usado en España hasta que en 1975 se abolió la pena
capital. - La catalana, en la cual un punzón de
hierro penetra y rompe las vértebras cervicales al mismo tiempo que
empuja todo el cuello hacia delante aplastando la tráquea contra el
collar fijo, matando así por asfixia o por lenta destrucción de la
médula espinal. La presencia de la punta en la parte posterior no sólo
no provoca una muerte rápida, sino que aumenta las posibilidades de una
agonía prolongada. Fue usado hasta principios de éste siglo en Cataluña y
en algunos países latinoamericanos. Se usa todavía en el Nuevo Mundo,
sobre todo para la tortura policial pero también para ejecuciones.
Los
alaridos y los gritos de las víctimas salían por la boca del toro,
haciendo parecer que la figura mugía. De todas formas, no existen
pruebas. Al contrario, Falaris fue considerado por escritores casi
contemporáneos un gobernante culto y justo. El toro de Falaris estaba
presente en numerosas salas de tortura de la Inquisición de los siglos
XVI, XVII y XVIII.
Su
tamaño rondaba el de los cuatro dedos de una persona. Montado encima de
un mango y se usaba para reducir a tiras la carne de la victima y
extraerla de los huesos en cualquier parte del cuerpo: cara, abdomen,
espalda, extremidades, senos....
Hay
multitud de instrumentos de tortura con forma de sarcófago antropomorfo
con dos puertas y clavos en su interior que penetran en el cuerpo de la
víctima cuando éstas se cierran. Los clavos eran desmontables, con lo
que se podían cambiar de lugar, con el fin de poseer un amplio abanico
de posibles mutilaciones y heridas que daban lugar a una muerte más o
menos prolongada, siempre entre grandes sufrimientos.
Como
se puede apreciar en la fotografía, la "horquilla del hereje" estaba
compuesta por cuatro puntas afiladísimas que se clavaban profundamente
en la carne, bajo la barbilla y sobre el esternón. La horquilla impedía
cualquier movimiento de la cabeza, pero permitía que la víctima murmurase,
con la voz casi apagada (lo que se conocía como "abiuro", palabra que
se halla grabada en un lado de la horquilla). Si se negaba a confesar ,
el hereje, considerado como "impenitente", era vestido con el traje
característico y conducido a la hoguera, con la condición de la
Extremaunción, en el caso de la Inquisición española. Si el inquisidor
era romano, el hereje era ahorcado o quemado.
Estos
instrumentos se usaban y aún se usan en formatos orales y rectales. Se
embutían en la boca, recto o vagina de la víctima, y allí se desplegaban
por medio de un tornillo hasta su máxima apertura. El
interior de la cavidad quedaba dañado irremediablemente. Las puntas
que sobresalen del extremo de cada segmento servían para desgarrar mejor
el fondo de la garganta, del recto o de la cerviz del útero. La pera
oral normalmente se aplicaba a los predicadores heréticos, pero también a
seglares reos de tendencia antiortodoxas. La pera vaginal, en cambio,
estaba destinada a las mujeres culpables de tener relaciones con Satanás
o con uno de sus familiares, y la rectal a los homosexuales pasivos.
Strappardo
La
técnica de este método era atar las manos del acusado a su espalda para
luego pasarle un largo palo (llamado Strappardo) por el nudo de las
muñecas, el cual, con un ingenioso mecanismo de poleas, izaba al
condenado unos metros. Para inflingir aún más dolor, solían atar a los
pies o a los testículos de las víctimas grandes pesos. Generalmente
esto bastaba para conseguir sus fines aunque, en casos extremos,
llegaban a soltar bruscamente las poleas, con lo que el condenado
literalmente caía hacia el suelo impulsado por su propio peso más la
carga adicional atada a sus pies o testículos. A pocos centímetros del
suelo frenaban súbitamente la caída. Este sistema de soltar al condenado
parándole con brusquedad en su caída se llamaba "Squassation" y con
mucha frecuencia lo que provocaba era la dislocación de los brazos de
las víctimas.
En
este cruel método de tortura, se situaba a la víctima encima de un
taburete enfrente de una gran puerta de madera cerrada. Sus brazos eran
levantados verticalmente por encima de su cabeza. Por un lado la muñeca
era atada entre el cúbito y el radio y por el otro a la puerta. También
los pies eran convenientemente atados entre el primer y segundo
metatarso. Los inquisidores, entonces y simultáneamente, abrían
súbitamente la puerta y quitaban el punto de apoyo de la víctima (el
taburete) con lo que el condenado quedaba literalmente crucificado en la
puerta, inflingiéndole más o menos dolor dependiendo de la fuerza con
que abrían y cerraban la puerta, con independencia de las torturas
añadidas, menos sofisticadas como latigazos o calor, que aplicaban
durante la crucifixión. Esta, con independencia de otras posibles, fue
una de las torturas que padeció el último Gran Maestre Jaques de Molais
como medio para arrancarle confesión.
Normalmente
era un castigo muy desagradable dado por lo general a las mujeres. La
víctima se ataba a una silla que se colgaba en el extremo de un brazo de
libre movimiento, se hundía en el río mas adecuado o en un estanque.
Eran a los operadores del brazo que decidían cuanto tiempo debía estar
la víctima bajo el agua, muchas mujeres mayores murieron por temor del
agua fría o se las ahogo. Se usó en EE.UU y Gran Bretaña para castigar a
violadoras de menores, prostitutas y gruñonas.
CREES QUE LA BIBLIA, QUE SUPUESTAMENTE ES LA PALABRA DE DIOS, APRUEBE ESTO???
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